El dorado brillante impregna nuestras vidas de nuevo

En el reino naranja de Donald Trump, de la sobreexcitación de verborrea, de los sarpullidos fascistas de machos barbudos y la monocromía sonora del reguetón, el oro ha pasado a ser a-dorado, de nuevo. Algunos dirán que nunca se fue, y que lo que, en tiempos pasados, era más un valor seguro, una inversión, que, en forma de anillos o colgantes, aseguraba una reserva siempre canjeable en tiempos de flaqueza, es ahora un símbolo de la miseria moral que impregna nuestras desdichadas vidas capitalistas.

El brillo, lo brillante, lo dorado, se asoció históricamente a la luz solar, y se le dotó de un aura mística y divina en tiempos de dioses sobrenaturales. En los tiempos en los que los dioses beben Coca-Cola, y se tiñen, los valores religiosos son profundamente prescindibles y el dorado emerge como símbolo de poder y riqueza, de divinidad laica al servicio del capital y de la demostración espuria de que no todos los seres humanos son iguales en derechos y oportunidades, ni siquiera todos los seres humanos son considerados hijos de ese Dios envuelto en oro místico del pasado. Más bien, que existen seres superiores, aquellos cuyo poder reside en la gran acumulación de riquezas y en su desvergonzada exhibición pública.

En este espacio de reflexión, me propongo partir de una imagen en cada una de ellas, para desenredar la maraña visual y simbólica y la toxicidad latente en la cultura visual contemporánea. Hoy partimos de lo dorado, para hablar de dorados que nos remiten a una radiografía social, bastante certera, dado que las imágenes, es decir, aquello que somos capaces de visualizar, nos hablan, a poco que seamos capaces de mirar, de qué está pasando en este mundo de símbolos y de pura estética. Aunque se trate de una estética más anestésica que filosófica y más asociada a pretender que a ser.

Lo dorado vuelve a ser la estética del dominio y del predominio, y cómo siempre funciona en estos casos, los dominados tienden a imitar la simbología del amo y opresor, para que se perciba su estúpida adulación simplona y temerosa de los nuevos dioses de cartón, y de sus carteras repletas a base de la explotación simbólica de sus súbditos, mediocres e imbéciles.

En cualquier tienda de bisutería, ha desaparecido lo mate, y todo es brillo, pero brillo dorado. El oro viejo, la plata o el bronce, pasaron a mejor vida, y el falso oro blanco y el falso oro dorado, no dejan espacio para los que no brillan y refulgen, en este escenario de vanidades y deformaciones en que la imitación del absurdo se ha convertido en la norma de aquellos que se creen irreverentes y que tiene la soga al cuello bajo las manos de su amo feudal, que ahora se retoza entre criptomonedas.

Lo kitsch ya no existe, porque ha sido superado por la esquizofrenia pura, que ahora ocupa cargos públicos y de despachos ejecutivos de empresas con logotipos cada vez más dorados. Ya no hay mal gusto, porque se ha diluido el gusto, entre la bazofia de los excrementos permanentes que penden de sus brillos.

El reino de lo dorado ha llegado para quedarse, con sus reyes anaranjados, o sus reinas de ojos perdidos, principescas de provincias. El brillo de su fulgor, nos ciega, nos deslumbra, para que no seamos capaces de ver más allá. Por eso, en las tiendas de bisutería todo ha de brillar muy fuerte, no pueden quedar resquicios entre los que mirar y ver el mundo, y sobre todo, ver al resto de seres humanos que no brillan como el oro, pero cuyos ojos nos miran como iguales. La plaga dorada no nos permite ver el estercolero sobre el que caminamos cargando nuestros broches dorados, mientras el cielo cae sobre nuestras cabezas y convierte el planeta en un infierno de calor, fuego e inundaciones extremas.

Recordemos, que el brillo, no nos dejó ver los informes científicos que nos advertían, y como miserables cuervos negros, vistiendo apropiadamente para nuestro funeral, nos hemos dejado seducir por la estética dorada, por su verosímil, pero mentiroso brillo. Lo visual, ha jugado de nuevo su papel y nos ha impuesto sus normas más burdas, perdidos en nuestro analfabetismo de la mirada, estábamos indefensos ante su fulgor.

Pero, todavía queda esperanza. Si eres capaz de leer y entender lo que una sola imagen, de apariencia aleatoria, nos dice. Acompáñame en este recorrido por las imágenes de la cultura visual contemporánea, que con una finalidad didáctica, provocadora y reflexiva abro hoy, para tratar de aplacar el brillo cegador de la era dorada que nos está tocando vivir estos días.

Bienvenidas todas, personas de buena fe, o perdidas entre los fulgores del brillo de bisutería que han creado para cegarnos, vamos a pulir el falso brillo hasta que reluzca la verdad mate y oscura de su natural condición. Disfrutad, al menos, con esta pequeña venganza, mientras no nos cieguen definitivamente, y difundid y compartid la palabra que emana de la cultura visual.

© Ricard Ramon. ricardramon.net